Sea cual sea el resultado del balotaje de este domingo una cosa es segura: Argentina inicia un nuevo ciclo político en el que, gane quien gane, habrá una reconfiguración del esquema de representación de los últimos 20 años, regido por los polos kirchnerismo-macrismo (o antikirchnerismo). Claro, esa reconfiguración no será de la misma intensidad si el presidente es Sergio Massa, que aparece como garantía de continuidad del pacto democrático, o Javier Milei, que amenaza con romper consensos que el país construyó los últimos 40 años y que hasta su irrupción como candidato con chances de triunfo parecían fuera de toda discusión.
Son muchas, muchísimas las cosas que están en juego en la votación, que se desarrollará entre las 8 y las 18. Massa y Milei son, al fin de cuentas, referentes de dos modelos de país diferentes, tanto en lo económico como en lo político, y expresan además estilos de liderazgo absolutamente contrapuestos.
Uno de los dos quedará consagrado en los comicios de este domingo como presidente, aunque sea por un solo voto de diferencia. Llegan, según las encuestas, en un escenario de paridad y el resultado está absolutamente abierto.
Por eso, toda la Argentina estará pendiente del escrutinio que arrancará a las 18 y que se espera que entre las 20 y las 21 arroje tendencias representativas.
Se llegó a esta instancia definitoria del balotaje, último mojón de un proceso electoral que pareció eterno, porque en la primera vuelta ningún candidato llegó al 45 por ciento de los votos ni al 40 con 10 puntos de diferencia sobre el segundo, que son las dos posibilidades que da la Constitución para saltear la segunda vuelta. Es decir, porque ninguno pudo enamorar por sí al electorado, o al menos al grueso del mismo.
Así es este balotaje, a todo o nada. Este pueblo que desde hace tiempo está atravesado por las pasiones tristes, este domingo define a los penales entre el hartazgo y la pavura.
El desafío para el que gane es mayúsculo: desde esas cenizas, desde esos escombros, deberá generar confianza y volver a despertar esperanzas para que la Argentina sufrida salga de esta etapa de crisis económicas y violencias, en la que lo que se impone es la idea de que no hay futuro.
Todo en un marco de fractura que obliga, en lo político, a una tarea ciclópea: empezar a unir las partes de una sociedad fracturada y a punto de caer a una fosa que se profundizó hasta límites insospechados después de tanta grieta.
No hay construcción común posible si se sustenta sobre el odio. Y un país no se hace con medio país.